Sunday, November 04, 2012

M.O.



Si eres chica y te encuentras con M.O. por la calle seguramente te sentirás abrumada. Aunque esté en la acera de enfrente, cruza para darte un abrazo efusivo y preguntarte cómo te va la vida, con su mejor sonrisa y en un tono tan alto, que la gente que pasa se gira y todo. Incluso si te vio anoche… es un comportamiento fuera de lo común hoy en día, porque la mayoría de las personas se hacen las locas, seguramente por pereza. Con los chicos. M. O. no tiene esta actitud. Les da la mano como hacen siempre entre ellos y punto. Y conmigo, a pesar de ser chica, no lo hacía nunca. Pero yo lo estropeé todo. Fue mi culpa

Recuerdo las primeras veces que M.O. empezó a salir con nosotros allá por el 2006. Era un tipo alto vestido de rapero, amigo de la adolescencia de Ávila de Topor. Pero un día sucedió algo que marcó la relación entre M.O. y yo. Topor es una persona que no pierde nunca los papeles, y yo me considero bastante observadora y con mucha memoria, pero no hay nada peor que me hablen en abstracto. Antes de que M.O. empezara a salir con nosotros de forma habitual, Topor me había hablado de su pandi de Ávila. Jeeesús! tenía tantos amigos y con unos nombres tan raros que era imposible recordarlos a todos, así que cuando me contaba cosas sobre sus amigos, yo asentía y me ponía a pensar en mis cosas. Incluso creo que antes del 2006, coincidí con M.O. en alguna fiesta de la residencia de estudiantes de Topor o un evento por el estilo. Fueron como unas diez veces, pero nunca me lo presentaron ni hablé con él. Esto de no prestar atención lo pagué caro porque fue la primera vez que vi a Topor preso de la furia y con los ojos inyectados en sangre.

Una noche de viernes, en el citado año 2006, estando en nuestro bar de referencia, La Via Láctea, observé que entre mis amigos había un chaval desconocido hablando animadamente con todos los componentes de mi grupo. Al principio pensé que era el típico espontáneo que al final se te acopla toda la noche, pero el caso es que no vi a nadie incómodo con su presencia. Quién era ése? No pude más con la intriga y me llevé a Topor a un aparte. Mirándome incrédulo y esbozando una sonrisa, me preguntó que si le estaba vacilando. Cuando me dijo que era M.O. y yo me encogí de hombros, perdió auténticamente los papeles y me dijo que era su amigo madrileño de Ávila, que le había visto mil veces y que ya estaba bien, que cada vez que le veía le preguntaba (y encima puso voz de señora con voz de pito para tratar de imitarme, cosa que además de no corresponderse, es que yo no hablo así) “Quién es ése? Quién es ése?” y que ya estaba harto, que a ver si era la última vez que le preguntaba. Como ni yo ni nadie le habíamos visto así jamás, de repente todo el mundo estaba mirándonos con ojos de huevo. También M.O., que dijo en voz alta: “Qué paciencia tengo que tener…” a la vez  que me dirigía una mirada especialmente inquisidora porque acababa de descubrir que nunca le había prestado la menor atención -a pesar de ser un tipo altísimo y llamativo- al mejor amigo del que después se convertiría en mi mejor amigo, qué desastre, qué mal. Miré al suelo y con cara de pena le pedí disculpas a Topor. Nos quedamos hablando un rato y me contó detalles sobre la vida de M.O. Si; M.O. no es su nombre real, pero curiosamente estas iniciales coinciden con algo que cambió su vida para siempre. Es un nombre secreto que yo me inventé para intentar arreglar las cosas y que después de aquel incidente le arrancó alguna sonrisa, porque desde ese día noté que seguía dando abrazos a las chicas cuando las veía, mientras que yo tenía que conformarme con que me diera la mano.

M.O. nació y vivió hasta su adolescencia en Moratalaz. Le encantaba Madrid, no podía negarlo. Era rubio, todas las vecinas le hacían carantoñas. Además sacaba muy buenas notas. Cuando se iba de vacaciones a Galicia con sus padres, la gente les preguntaba que si era alemán o extranjero, y M.O. que siempre ha sido un chico avanzado para su edad en todos los sentidos, y además siempre le ha encantado vacilar a la gente sin que se note, comenzó a aprender alemán en secreto con los cursos de idiomas Planeta DeAgostini. Eran unas cintas amarillas que compraba en el kiosko los fines de semana.  Así soltaba alguna frase bien dicha ante el asombro de sus padres y los curiosos que preguntaban. Esa fue la primera de sus extravagancias. Más tarde, y con motivo de sus vacaciones en Galicia, adoptó cierta forma de hablar que terminó pegándonos a todos y que hoy en día perdura. Las ese finales de las palabras las convertía en erres. Tenía una frase de cabecera en concreto que no entendíamos y que no paraba de repetir porque le hacía mucha gracia: “Hecho por mir manor, cosa buena!”  Cuando llegó a la prepubertad se echó a perder un poco, le dio por vestirse con la ropa muy ancha y empezó a juntarse con lo peorcito del barrio, en concreto con un rapper que llevaba coleta que luego le dedicó una canción que se convirtió en un éxito sin precedentes. Se titulaba “M.O.”. y hablaba de Moratalaz, su barrio. Ante semejante cambio, y por miedo a que la situación fuera a peor, los padres de M.O., que eran informáticos y de aquí su experiencia en la materia, decidieron trasladarse a un lugar más tranquilo, es decir, Ávila.

Fue aquí donde M.O. conoció al siniestro y cinéfilo Topor, que por ser el nuevo del insti, y Topor una buena persona, un sábado le invitó a casa con más amigos de clase a una sesión de cineclub. Vieron “Orca, la ballena asesina” y esto quedaría grabado en sus mentes con cariño. Topor  le animó a vestir ropa más estrecha y a desradicalizar sus formas. No es que M.O. se quitara de rapero, pero tiempo después de su llegada le encontrábamos escuchando Oasis, Kraftwerk y grupos más normales de la gente de su edad, y hoy en día hemos conseguido que lleve pantalones piquillo. Compartieron su pasión por la música y el cine y a partir de entonces se hicieron inseparables y hoy en día se siguen llamando “Rey.”

Con respecto a nuestra relación, fue mejorando con el tiempo. Yo sabía que lo que había hecho no tenía nombre y que él necesitaba tiempo para conocerme y saber que mi único error había sido el despiste. Y así fue, espontáneamente fue iniciando un acercamiento. Hoy hace dos años que me preguntó si me podía besar la mano. Yo contesté que si.

Wednesday, November 02, 2011

EL NIÑO EN EL BAUTIZO

“Yo no tengo suegra” respondió fríamente Mamen a mi chiste de: “Bueno, entonces vas a limpiar sólo lo que ve la suegra, no?”. Ese día estábamos las dos solas en su casa. Ramón estaba tomando unas cervezas con sus compañeros de Farmacia, y Mamen se había quedado arreglando la casa porque al día siguiente Ramón nos había invitado a mis padres y a mi a merendar. Fue una situación de esas en las que Mamen le dirigió una mirada del tipo: “A mi me viene mal, desgraciado”, pero él era muy de invitar a casa a todo el mundo y ella la última en enterarse.

Mamen siempre había sido reservada y taciturna. Nunca había mostrado afecto físico por nadie de mi familia. No daba abrazos ni besos a nadie, como mucho sonreía tímidamente en plan: “Me alegro de verte". Menos mal que entre nosotras había conexión y en ocasiones telepatía, porque más de una vez nos mirábamos, una de las dos decía algo y la otra saltaba sorprendida: “Lo estaba pensando, te lo juro!”. Por todo esto nunca creí que respondiera con semejante distanciamiento al chiste más manido que nos traíamos ella y yo, precisamente porque lo que a mi me encantaba de Mamen es que no era una nuera pelota de estas que está pendiente de agradar a la suegra en todo momento. Esa gente que se comporta así lo hace porque tienen pánico de que la suegra le cuente a las amigas tomando café, que hay que ver qué poco le ríe las gracias su nuera, o que no friega el suelo de rodillas, o que a ver cuándo le da un nieto, que ya está tardando… A Mamen le daba mucho igual todo eso y los planes de adelgazamiento; su grupo favorito eran los Ramones. Sin embargo doy fe de que mi madre si que era de ese tipo de suegras, porque más de una vez y delante de mi, había hablado así de Mamen; que si llevaba el pelo por la cara, que si iba vestida como una adolescente, que si tenía andares de macholo…Y lo cierto es que Mamen siempre había sido bien discreta y nunca había puesto a parir a mi madre, aunque razones tenía de sobra, pero ella siempre se había mantenido al margen de cualquier tipo de chismorreo. Lo fácil en general, es que cuando uno ve que dos o más personas están poniendo verde a alguien que te cae regular, lo mismo te animas y metes baza tú también. Eso las personas en general, Mamen y yo no somos así. Yo estaba segura de que Mamen soportaba a mi madre porque era la madre de su marido, pero no porque estuvieran en sintonía. Y mi caso era similar; todas las veces que me había castigado por sus paranoias personales, yo me había quedado callada capeando el temporal, pero por dentro pensaba cosas como: “Rebota-rebota-y-en-tu-culo-explota”, “Verás cuando me independice”, “Si te crees que me voy a casar algún día estás apañá” y similares.

Por todas estas razones, el hecho de que Mamen rechazara de esa manera a mi madre con un comentario con doble sentido, que dependiendo de la cara que pongas quiere decir una cosa u otra, me dejó así como pensando un poco. Hasta que me decidí a hablar con ella de otra cosa que no fuera Ramón, Los Ramones, Malasaña o Farmacia.

“Mamen: odias a mi madre?” Al fin me lancé a preguntar. Y aliviada porque no había tenido que ser ella quien había sacado el tema primero, respondió desfogándose: “Me cae fatal, no la soporto. Cuando me casé con tu hermano me rendí al suplicio de tener que aguantarla, pero es que ya no puedo más”. Tenía la cara roja e hinchada la yugular. “Odio que llegue a mi casa, que me mire con desaprobación y piense que soy poco femenina, odio pillarla pasando el dedo por la mesa de cristal del salón mientras he ido a la cocina a prepararle un piscolabis y que me critique la decoración de la casa, porque si me da la gana tener unos muñecos en miniatura de los Kiss en la estantería, en lugar de un Recuerdo de Lo Pagán, pues los tengo, y si en vez de de tener cuadros de caza con perros pintados desde la perspectiva imaginaria de un pintor nefasto, quiero tener posters de conciertos que me han gustado, pues los tengo, y qué si la vajilla es negra? Y qué si la colcha es roja? Y qué si no me gustan los niños… QUÉ ? QUÉ? QUÉ?”.

Durante este monólogo se había estado paseando por todo el salón en círculos en plan manía persecutoria y agitando los brazos con tal agilidad, que por poco me cae un bofetón a mi también. Se sentó e intentó tranquilizarse. Supongo que se dio cuenta de que yo no era una amiga con la que podía desahogarse a gusto; yo ocupaba otro lugar en ese haber, y sin embargo me espetó: “Sabes lo que le pasa a tu madre? Que quiere ser el niño en el bautizo, la novia en la boda y el muerto en el funeral”.

No sin dejar de ser cierto lo que Mamen había dicho, y aún así recordando que de quien estaba hablando era mi madre, sólo se me ocurrió decirle: “Caray Mamen, eres más divertida cuando estás borracha”. Esto le cayó como un jarro de agua fría.

Wednesday, September 07, 2011

MUY FUERTE

Si. Es muy fuerte que tus padres te sigan hasta Holanda en lugar de trincarte en Barajas y llevarte a casa de una, agarrándote por los pelos, pero así es la vida…No me dejaron disfrutar de mi semana en Holanda. La familia de Jens se mostró muy educada y atenta con mis padres y les invitaron a entrar a pesar del susto mortal de ver dos figuras con la cara cubierta con una media negra a través de la ventana de su salón. Si es que cuando digo que allí están más avanzados, por algo es.

La peli de Haneke terminó convirtiéndose en una españolada de los 70, en la que unos padres le dan un coscorrón a la hija desvergonzada que ha hecho hablar mal a todo el vecindario de ellos, porque resulta que la niña les ha salido una golfa que se ha escapado de casa detrás de un sinvergüenza que la ha dejado preñada. Poco más o menos. El coscorrón me lo llevé, la colleja, el bofetón y la bronca también. Todo. Mi madre pegó unos alaridos que asustaron a todos los vecinos de la calle Spiegelenburghlaan y aledaños, porque allí nadie alza la voz; todo esto ignorando a los señores Kalter y a los hermanos de Jens, a Jens y a su nieta, que miraban con cara de circunstancia esperando a que mi madre terminara con el sermón. Como ellos no entendían español, sólo miraban.

Por supuesto no tuvieron tiempo para presentaciones oficiales, le dieron un beso a Jensa y a empujones de estos que dan rabia porque hay gente delante, me sacaron de la casa de los Kalter y me dejaron ahí sola llorando en el jardín mientras ellos hablaban con los padres de Jens, aunque no sé en qué idioma hablarían porque mis padres español, castellano y poco más.

Después de este "disgusto", que no creo yo que fuera para tanto, y de oír ochocientas veces al menos: “Esta hija no es nuestra, nos la han cambiado en el hospital…” me vi de vuelta a España, a mi vida de mentira, en la que sólo era una estudiante de C.O.U. preuniversitaria y no había sido madre adolescente. De nada sirvió alegar mi buena nota en Selectividad para que me desataran la correa de perro con la que me paseaban por el aeropuerto, porque estaría castigada por los restos, y permanentemente vigilada por mi tropa de hermanos hasta el día de mi boda, ya me lo veía yo venir. Pero hubo algo que cambió todo.

¿Por qué adoro y venero yo a mi hermano Ramón? Bueno, y a Mamen también. Porque, entre otras cosas, me sacó de una buena. Sabedor él de mi accidentada excursión, ideó la mentira más platónica que se pueda imaginar, en un intento de poner en práctica las nociones aprendidas en un curso de teatro que había hecho recientemente. Cuando entramos por la puerta de casa, encontramos a Ramón sentado en una silla de la cocina y llorando desconsoladamente. Se tapaba la cara con la mano. Por su postura desgarbada daba a entender que estaba hundido en la miseria. No era la primera vez que se echaba a llorar, era muy sensible, pero aquello si que nos pillaba fuera de juego.

Ramón había estudiado Farmacia y por aquella época estaba haciendo un Master en Cosmética y Dermofarmacia al que no sé si sacó mucho provecho porque cada vez que le preguntas ni se acuerda, y tan sólo le viene a la mente esta anécdota. Resulta que él, para obtener el Título del Master debía idear una Fórmula Magistral pero como estaba fumando porros todo el día, le había pillado el toro. Mis padres terminaron enterándose de que iba bastante mal y a pesar de que se había pagado él el Master, que llevaba seis años casado con Mamen y vivían en otra casa y todo, le seguían tratando como si fuera un crío. Pues hoy por ti mañana por mi: Mamen, que también había estudiado Farmacia, elaboró la Fórmula Magistral, pero mi hermano me atribuyó a mi el mérito entre sollozos delante de mis padres; les dijo que gracias a mi ayuda había conseguido el Título del Master. Mis padres se volvieron hacia mi con cara de orgullo y obviando todo lo acontecido en ese largo día, me plantearon que quizás mi elección debía ser Farmacia, pero yo, aún a riesgo de que me volvieran a castigar, contesté: “Demasiado tarde, voy a estudiar Imagen”.
























Friday, July 15, 2011

A CASA AHORA MISMO

Mi madre. Esa mujer con la que nunca me he entendido. Esa señora dramática que nunca ha sabido interpretar mi aislamiento como defensa al percal que tenía en casa: una panda de hermanos que me hacían la vida imposible , todos menos Ramón, claro, y ella misma; una madre que desde que nací no siendo rubia y aquella posterior crisis que sufrí, que se tradujo en un tratamiento de por vida, me ha tratado siempre con predisposición a una debilidad física y mental que en realidad no sé si tengo. Ella estaba convencida de que tarde o temprano les iba a traer problemas -que más problemas le trajeron a Mariví sus gemelas- por lo tanto había que estar pendiente de mi, ojo avizor, como dice ella siempre que no quiere que me despiste.

Si ella fuera un ejemplo de coherencia y equilibrio no me atrevería a escribir este post, pero es que es muy fuerte que se atreva a celebrar por todo lo alto con mi padre el hecho de que mi hermano Ramón se hubiera echado novia , que le diera un tabardillo el día que a mi hermano Dani se le ocurrió salirse de cura , o que me obligara a llevarme a mi hermano Javi de copas porque estaba pasando un mal momento. Seamos serios. Yo en esta familia la única misión que he tenido ha sido estar vigilada. Si no podía hacerlo ella ¡¡enviaba a mis hermanos!!!

Por todo esto no puede decirse que mi embarazo en edad adolescente fuera un punto de inflexión, no es que mi madre se volviera dura conmigo y perdiera la confianza en mi después de aquello, es que en realidad nunca ha confiado en mi. Una vez llegó a decirme que lo que tenía que hacer era conseguirme un hombre que me domara, casarme y desistir en mi tarea de enterarme de lo que va la vida, delegar todos los asuntos complejos en él.

Después de aquella desagradable decisión suya de enviar a mi hija con su padre por un lío en el que ella misma se metió, del que hablaba en mi post anterior, ella se volvió más loca aún y me tenía prácticamente atada a la pata de la cama. Pero a mi se me hincharon, y planeé un viaje a Holanda en serio, después de darle muchas vueltas y porque además echaba a mi hija de menos. ¿Cómo hacerlo? No podía decirle que me iba el fin de semana a hacer windsurf al pantano de Cazalegas con unas amigas porque ese tipo de actividades las tenía terminantemente prohibidas. Odio esa palabra, “terminantemente”, me suena a prohibición dentro del recinto colegial-escolar. Mi plan fue escaparme de casa, coger un vuelo después del colegio y llamar desde Holanda a mis padres cuando llegara en plan: “Estoy bien, estoy bien, no me han secuestrado ni nada, tampoco me he escapado, sólo quería deciros que a vosotros os voy a decir dónde estoy, y que vuelvo la semana que viene”.

Yo no iba a Holanda a reencontrarme con Jens ni a iniciar una nueva vida allí porque me daba pereza aprender el idioma, a pesar de todo he de decir que allí estaban muy avanzados, todo el mundo tenía poco más que Facebook y aquí estábamos empezando a poner internet en las casas, con los módems analógicos esos que hacían un ruido… Jens y Jensa vinieron a buscarme al aeropuerto y me condujeron a Aerdenhout, el pueblo donde residían. Llegamos a una vivienda unifamiliar con su césped recortado y sus tulipanes, en la calle Spiegelenburghlaan. Me alegró que mi hija se criara en un entorno tan bonito y en un país tan avanzado. La familia de Jens, los señores Kalter, y sus hermanos Bram y Freya me recibieron con los brazos abiertos, pero temerosos de que viniera a llevarme a Jensa. Les dije que no era el caso. Para mi desgracia, si existía una posibilidad de habérmela traído, pero se esfumó al darme cuenta de que se le había olvidado todo el español y sólo hablaba holandés, así que no nos entendíamos.

No habían hecho más que enseñarme la casa y decidí hacer esa llamada a casa; esa llamada que le haría a mi madre poner el grito en el cielo. Pero nadie contestó así que nos sentamos en el salón a charlar en inglés toda la familia. En dos segundos a la señora Kalter se le cambió el gesto, se quedó blanca, sólo acertó a decir que en Holanda nunca pasaban cosas y que todo era muy tranquilo, todo esto mirando fijamente a la ventana. De repente dos figuras vestidas de negro con la cara cubierta por una media, permanecían quietas, una delante, la otra a su lado, un poco más atrasada observándonos cual en película de Haneke. En las películas de Haneke muere hasta el apuntador especialmente si eres buena persona y te has portado bien en tu vida, así que mi razonamiento fue el siguiente: “Yo me he portado mal porque me he escapado de casa, así que no voy a morir, pero todos éstos, si”. Me supo mal, pero no dejé de respirar tranquila.

Las figuras no tardaron en delatarse, mi padre se deshizo de la media y se encogió de hombros con cara de: “Te juro que ha sido todo idea suya”. Segundos después se desenmascaró mi madre. Y me dijo desde el otro lado de la ventana: “A casa ahora mismo”.

Tuesday, April 19, 2011

EN QUÉ MOMENTO

El embarazo del que hablaba en el post anterior fue de riesgo. Pero no porque tuviera que guardar reposo por prescripción médica, sino porque mis padres me prohibieron cualquier cosa, actividad e incluso pensamiento que tuviera que ver con una persona de mi edad.

Así, al comunicarles la noticia, tuve que aguantar que mis padres montaran en cólera y que mis hermanos, amontonados cual culturistas en Avant pétalos grillados detrás de la puerta del salón, se mofaran de mi tropiezo. Y todo porque en un momento de intentar quitarle hierro al asunto, se me ocurrió soltar un: “Le puede pasar a cualquiera”. En qué momento! Yo es que no pienso.

Por culpa de ese comentario desafortunado, me encontré con dos personas que de darme cariño así en general, habían pasado a darme el día con frases del tipo: “Pero cuántas chicas embarazadas hay en tu clase?” “Tú es que eres tonta” “Te la han metido doblada” “Tú es que no sabes para qué está la gomita”. En serio, fue muy desagradable tener la primera charla sobre sexualidad con mis padres a raíz de un embarazo no deseado.

Después vinieron las medidas. Mi padre llamó a Jens, le habló e insultó en español, gracias a Dios que el pobre chaval no entendió nada: Óigame bien, joven, lo que ha hecho usted con mi hija no tiene nombre, es usted un desvergonzado, porque estamos hablando de MI HIJA, es usted un desgraciado, un obseso sexual y un pederasta, y ahora mismo voy a llamar a los guardias para que vayan a por usted a su casa de Holanda y le encierren, que ahí es donde tienen que estar los individuos como usted. O viene usted a España a casarse con mi hija ahora mismo, o me va a oír, sinvergüenza, frescales, donjuan, casanova, pazguato, papanatas, pintamonas…

Más tarde me sacaron del colegio, me pusieron una profesora particular y me prohibieron salir de casa, sólo podía tener visitas de personas de sexo femenino una vez a la semana. Mis hermanos tenían prohibido el paso a mi habitación porque también eran hombres. Me tragué todos los programas del corazón, todos los vídeos de la MTV, todas las revistas musicales, todos los concursos y todos los documentales de La2. De vez en cuando recibía un mensaje de ánimo de Jens pero aún así seguía sintiéndome como si mis padres me hubieran puesto un largo y duro castigo por haberme pillado fumando porros o algo así. En realidad no me daba mucha cuenta de que todo el mundo estaba decidiendo por mi menos yo, y que estaba a una zancada larga de hacer lo que me diera la gana, como por ejemplo independizarme, estudiar una carrera, que era en lo que yo estaba pensando aquel verano que me preñaron. Y todo porque en breve iba a tener una responsabilidad muy seria de por vida.

Está claro que mis padres decidieron que yo tendría el bebé, que no lo daría en adopción y que se quedaría a vivir aquí y el padre cuanto más lejos mejor, después de que Jens comunicara a mi padre sus planes, dentro de los que estaba acudir cuando naciera la niña, y dentro de los cuales, lógicamente no estaba el matrimonio.

Cuando di a luz sufrí un castigo aún mayor. Se me negó cuidar a mi hija porque mi madre se la atribuyó como si fuera suya propia. A mi sólo me dijeron que jamás sería una buena madre y esas fueron sus razones para que con el tiempo Jensa tendiera los brazos hacia mi madre y no hacia mi. En la habitación del hospital, mis padres tuvieron una charla conmigo. Me dijeron que me había portado muy bien todo este tiempo y que debía retomar mi vida donde la dejé, usar la gomita de ahora en adelante y sobre todo dejar el cuidado de la niña a mi madre, porque Jensa a partir de entonces iba a ser como mi hermana, no como mi hija.

Fíjate qué mala sangre, que cuando Jensa empezó a razonar, mi madre le explicó que quien iba a buscarle al colegio, le hacía la merienda y bañaba por las noches era su abuela, y que la chica que se encerraba en la habitación a estudiar era su madre. Jensa corrió a mi habitación y me abrazó. Fue un duro golpe para ella y desde entonces forjó un vínculo muy fuerte conmigo. Mi madre, extrañamente ofendida por este cambio de actitud de Jensa, la mandó a Holanda con su padre. Encima de la que había liado, no paró de llorar durante semanas y repetía una y otra vez que ella que estaba de más, y que la culpa de todo era mía, por no usar la gomita. Si no escuché la dichosa palabra ochocientas veces en esas semanas, no la escuché ninguna.

Si, yo seguí con mi vida igual que una persona de mi edad. Continué con mis estudios y mis planes de futuro fingiendo que no tenía una hija en Holanda. Cuántas veces planeé un viaje secreto para visitar a Jens y Jensa. He perdido la cuenta. Al final mis padres lo descubrían todo. Desde entonces dejé las estrafalariedades previas a mi embarazo y me dediqué a pensar recalcitrantemente que mi madre era una afectada.

Friday, March 25, 2011

YO ES QUE NO PIENSO

A veces me gustaría no ser así. Daría lo que fuera por ser menos impulsiva y pararme a pensar las cosas. Más que nada para evitar disgustos, el famoso “ay si hubiera”, pero a mi edad asumo que es difícil que cambie.

Todo esto a razón de que en el post anterior utilizaba a una hija imaginaria que me sacaba de la manga como excusa para terminar mi relación con un gótico. Pero la hija la tengo. Vive en Holanda con su padre. Esto es así. Nadie lo sabe excepto mi familia y mis antiguos compañeros de colegio, que no me volvieron a ver el pelo en determinado momento del curso, aunque yo creo que se dieron cuenta, porque me cambié de colegio faltando días para los exámenes de la primera evaluación.

Yo fui a aprender inglés con el colegio a La Manga del Mar Menor, Murcia, una calurosa y primera quincena de julio de mi verano de primero de BUP. Por las tardes unos monitores holandeses nos enseñaban a hacer windsurf. Aprendimos poco porque aquello era como un lago y el día que soplaba algo de viento era un milagro, así que todas las chicas nos pasábamos las horas contemplando las habilidades de los monitores, al enseñarnos las maniobras, que si a virar, que si a trasluchar en las templadas aguas del Mar Menor, Murcia. Todo esto en inglés, claro, porque no sabían español. No entendíamos ni papa, pero es si, nos poníamos más tontas…

Aquellos chavales, que nos sacaban al menos cuatro años, tenían en común un encanto especial de guiri que a mi siempre me ha atraído. Estaban bien formados, tenían el cuerpo dorado de las horas al sol español y las manos trabajadas de andar manipulando cabos y ajustando botavaras. El pelo rubio, casi blanco e hinchado por la sal, y con unos rizos deliciosos. Llevaban sandalias con velcro, los estampados de sus bañadores no estaban vistos por aquí y además eran educados y sonreían todo el rato.

Elko, Jan, Bram, Piet-Hein…Todos parecían iguales, pero lo siento, había uno que a mi en especial me volvía loca porque siempre que hablábamos se me quedaba mirando serio y como pensativo con esos ojos tan azules que tenía. Se llamaba Jens. A mi me daba un vuelco el estómago y le decía con temblor en la voz: ´I going my fiends´ . Y salía corriendo. Pero sospechosamente empecé a aprender inglés a pasos agigantados. Se puede decir que de repente era la que mejor hablaba de todos los alumnos. No, no es que se pueda decir que era la mejor, es que lo era. Todo, evidentemente, lo hice para poder conversar con él.

Por las noches, después de cenar, a los alumnos que teníamos un poco más de edad, nos dejaban bajar al bar del stage, donde los holandeses se relajaban con sus cervezas. Jens siempre se acercaba a hablar conmigo bajo la desaprobadora mirada de los profesores, que se temían que Jens quisiera more than words conmigo. Yo, como estaba en las nubes, ni me planteaba siquiera que pudiera pasar algo entre nosotros, él estaba fuera de mi alcance.

Pero la última noche, nos organizaron una fiesta de despedida y aprovechando que los profesores estaban algo despistados, Jens me cogió de la mano y me condujo a la parte de atrás del stage, donde estaban sus habitaciones, me dijo que quería enseñarme dónde dormía. De repente y no sé cómo, empezó a besarme y me entró mucho calor. Perdí el sentido.

Al día siguiente sólo tenía su dirección y su teléfono de Holanda, muchas lágrimas y una pulsera que me hizo con un cabo, y que me regaló de recuerdo.

Era mi primera experiencia sexual y ni siquiera me preocupé de si podía quedarme embarazada, tenía la firme y equivocada creencia de que la primera vez no te quedas, pero después de tres meses, extrañada, se lo comenté a una amiga de clase y compramos un Predictor. El resultado dio positivo. El muy cabrón me había embarazado, qué puntería, qué desastre. ¿Ahora qué iba yo a decirle a mis padres? ¿Me desheredarían? ¿Sería la vergüenza de la familia?

Obviamente fui el hazmerreír de mis hermanos, el escándalo de mis padres, la hija torcida, poco más que repudiada, me llegaron a decir que había echado por la borda los mejores años de mi vida, que nunca encontraría un marido que me respetara, todo esto después de que mi padre, sin consultarme nada, le gritara por teléfono en español todos los improperios que se le ocurrieron a mi holandés porque él no tenía intención de casarse conmigo. Después yo hablé con él y me dijo que lo sentía mucho y que contara con él.

Cuando nació mi hija, Jens estuvo conmigo y decidimos que la niña se iba a llamar Jensa. Jensa Kalter, vaya nombre para una niña que iba a vivir en España, porque me la quedé yo, claro, hasta que mis padres se hartaron y la mandaron a Holanda con su padre. Por aquellas épocas mis padres si que mandaban en mi.

En qué momento me junté con ese chico, madre mía, yo no sé si es que no pienso.

Thursday, December 02, 2010

FIN DEL ROMANCE GÓTICO

En la anterior entrada se me olvidó mencionar una cosa: yo ya no estaba saliendo con el gótico misterioso que me abordó una noche; estaba libre y por eso podría haber aceptado esas citas repentinas. O no. La culpa de mi ruptura con el gótico la tuvo, como todo en esta vida, mi familia. Mi madre, para más señas.

Hoy me pregunto si hice bien o no. Chicos cuerdos, cultos, decorosos y agradables a la vista como él, hay pocos. Chicos que son capaces de llevarte con ellos de vacaciones a su castillo (su padre tenía castillos en Inglaterra porque se ve que era gente de posibles) no abundan, sin embargo, yo me sentí presionada por la tontería recurrente de mi familia de: “Ya va siendo hora de que nos presentes a tu novio, anda”.

Recientemente en una comida con mis padres, en la que nos juntamos una buena cuadrilla (hasta vino Luis de Londres) mi familia de nuevo me puso entre la espada y la pared, me dejaron en ridículo, me pusieron en evidencia, me acorralaron. Empezaron desde el principio, obligándome a sentarme presidiendo la mesa. Se inventaron que yo era el futuro, la única vástaga, que merecía ese puesto. Yo estaba extrañada e inquieta porque eventualmente todas las miradas empezaban a posarse en mí. Oía cuchicheos y risitas entre sorbo y sorbo de la sopa (algunos todavía no han aprendido que eso es de muy mala educación y a la vez molesto). Cuando no pude más levanté la vista, y dando tal puñetazo en la mesa que saltaron los fideos de todos los platos, pregunté muy de malas: “¿Qué pasa aquí?”. Mi madre, con una sonrisa encantadora de las suyas, empezó a hablar: “Hija, ¿no tienes nada que contarnos? ¡Vamos, no seas tímida!”. En serio no sabía a qué se referían.

Fran y Javi, dos de mis hermanos más queridos, me miraban fijamente con cierta expresión de venganza-victoria. No sé qué les habré hecho en esta vida, pero desde luego me ha caído una Cruz de Padre y muy Señor mío. De repente Fran me dijo: “Bueno, nosotros tenemos algo que ver con lo que dice mamá, ¿no te da eso una pista?”. Me estaban poniendo muy nerviosa. Prosiguió: “¿No crees que hay demasiada luz en este salón? ¿Quieres que echemos las cortinas? ¿Sabes que de segundo hay chocos? Te encantan los chocos en su tinta, ¿verdad? Así se te quedan los labios negros después de comer.” El silencio y la tensión de los comensales que esperaban una respuesta a todo aquel galimatías, me estaba poniendo al límite. Pero no hablé. Esperé a que Fran siguiera. Que fuera lo que Dios quisiera. “Sabemos que has estado frecuentando una discoteca gótica todo el curso pasado. Javi y yo nos hemos vestido de góticos y nos hemos colado en tu ambiente. No ha sido muy hostil porque recuerda que de jóvenes nos gustaba la música dura. Te hemos estado vigilando, te has echado novio y no has sido capaz de comunicar la noticia a la familia, nos tienes bastante decepcionados a todos”. ¿Pero esto qué era? ¿Una secta en la que hay que dar parte de todos tus movimientos? Todos lo sabían. Sabían que yo estaba saliendo con un gótico y que me había ido de vacaciones en verano con él.

Mi madre, en encuentros anteriores al verano, se conoce que me notó el cutis más luminoso y la expresión facial más relajada y ante el mosqueo, se vengó de mí mandando a mis hermanos de espías los fines de semana. Después le hacían un informe detallado de mis movimientos. Atando cabos, me di cuenta de que mis hermanos eran los tíos a los que la Chica Exótica y yo apodábamos Los Pederastas, porque dos tíos como ellos no tienen edad para estar de incondicionales en una discoteca gótica acodados en la barra con su mini de cerveza, mirando con lascivia a las que bailan encima de la tarima y cuando es menester, tirándole a tías que podrían ser sus nietas.

Lo primero en lo que pensé es que si esta era la moneda con la que me iban a pagar mis hermanos, sobre todo Javi, al que apoyé en una etapa difícil de su vida cuando sufrió el infarto, es que directamente les retiraba el saludo. Después estaba mi madre, ¡una madre no se comporta así a no ser que intuya que su hija se está drogando o algo similar! ¿Qué iba a hacer con ella? A su edad ya no va a cambiar. En tercer lugar estaba el chico que me había hecho feliz durante los últimos cuatro meses, pero yo era tan infeliz, que decidí que iba a terminar mi relación con él. Todo eran problemas. Por desgracia, el día de la comida Ramón no estaba en Madrid. Se encontraba de vacaciones en Fuengirola y no me pudo dar pantalla.

Cité a mi caballero medieval en Plaza de España y le dije con ojeras y la voz tenue: “Todo ha sido muy bonito pero auguro dificultades en el futuro de nuestra relación. Tengo una familia tan sumamente maniaca, que destrozaría lo nuestro. Quiero recordarlo como ha sido: el paradigma del romance gótico. Nos veremos cuando consiga escaparme de aquí y cambiarme de identidad”. No tuve en cuenta que me iba a preguntar el por qué de todo, así que me inventé una historia sobre la marcha que consistía en lo siguiente: que tenía una hija secreta de dieciséis años en Holanda, que vivía con su padre y que necesitaba mis atenciones porque este año me estaba sacando muy malas notas en el colegio y su padre ya no sabía qué hacer con ella. Él me dijo que lucharía por mi.